El director de la sección de competición de Citroën, Citroën Racing para ser más exactos, Olivier Quesnel, hizo unas declaraciones con bastantes buenas intenciones en su momento. Dijo que en el seno del equipo Citroën oficial no existirían las órdenes de equipo, ya que sus dos pilotos eran bastante competitivos, el nosecuantasvecesya campeón del mundo de rallies Sébastien Loeb y su tocayo Ogier.
Pues bien, o este señor tiene principios de alzheimer o no sabemos que le habrá pasado por la cabeza, porque le pidió al mismísimo heptacampeón del mundo de rallies que levantase el pie en beneficio de su compañero de equipo Ogier. Por supuesto que el de Haguenau se opuso rotundamente a semejante estupidez, calificable de insulto al mundial de rallies, al mismísimo Loeb y a la deportividad en general. Desde luego es incomprensible que se le pudo pasar por la cabeza a ese hombre, en ese momento, para pedirle tal cosa a esa persona.
Como no obtuvo respuesta positiva ninguna de Loeb, Quesnel en un último intento a la desesperada le pidió que por favor llegaran como mínimo los dos a la meta, algo más aceptable moralmente. Pero Loeb ya estaba calentito en ese momento, y creo que en ese instante le importaba muy poco lo que le dijese su director.
Ogier entretanto, no sabemos si conocedor o no de estos hechos, sabría como iba a venir Loeb detrás suyo, con el cuchillo entre los dientes. Si a esto le sumamos que el joven piloto francés tenía que abrir pista, se unen un cúmulo de circunstancias apropiado para un fallo garrafal. Que fue exactamente lo que pasó. Ogier no aguantó la presión y terminó saliéndose de pista y perdiendo automáticamente todas las opciones de ganar la prueba.
La promesa gala tuvo que reconocer su error, y en unas declaraciones al diario L’Equipe dijo que “Si te digo que no estaba tomando riesgos no seria honesto. Hemos jugado y hemos perdido.” Ante todo este joven piloto supo tener la deportividad y madurez que no supo tener su propio director de equipo.